¡Oh capitán, mi capitán!
En 2015 decidí que en algún momento de mi vida iba a ser profesor.
Estaba en noveno año de secundaria y la profesora de Español nos dejó de tarea hacer un periódico. Uno de los artículos que planeaba escribir trataba sobre los libros que debíamos leer en clase. En ese entonces tenía que leer Don Quijote de la Mancha, una lectura obligatoria que me indignaba profundamente. Un día después de clase me acerqué a otra profesora de Español, Silvia, y le planteé mi molestia. Ella me explicó que ese tipo de decisiones eran tomadas por personas que, en su mayoría, nunca habían pisado un aula. En ese momento pensé que se refería a quienes no eran profesores, pero con el tiempo me he preguntado si, de hecho, se refería también a quienes, como los responsables del Ministerio de Educación, parecen nunca haber estudiado o desconocer la realidad del sistema educativo costarricense.
Esa conversación me marcó. Me di cuenta de lo mal que se gestionaba la educación en el país y sentí una necesidad urgente de involucrarme en ese proceso para intentar cambiar algo. Así fue como me propuse ser profesor. Sin embargo, jamás imaginé que ese momento llegaría tan pronto. Las circunstancias de la vida me obligaron a adelantar mi formación como educador. Lo curioso es que nunca pensé que sería profesor de Español (nunca me gustó). En ese tiempo, mi pasión era la historia y pensaba que terminaría siendo profesor de Estudios Sociales. Incluso consideré terminar como profesor de Informática, ya que en ese entonces era un campo que me atraía mucho. Me especialicé en Soporte Informático en un colegio técnico y luego estudié dos años de Informática Empresarial en la UCR. Sin embargo, la vida tiene maneras inesperadas de cambiar nuestros planes y por esas razones mi camino tomó otro rumbo.
A pesar de que inicié mi formación como profesor mucho antes de lo que había planeado y de que dejé atrás una carrera que prometía estabilidad económica, puedo decir con certeza que no me arrepiento. Mi experiencia docente ha sido profundamente enriquecedora y me ha permitido descubrir una pasión que no había anticipado. Ser profesor no es solo un trabajo, es una vocación que reta constantemente a cuestionarse, a aprender y a adaptarse. Aunque en principio no imaginaba que sería profesor de Español, con el tiempo mi opinión respecto a esta asignatura ha cambiado, he comprendido que no hay una materia más poderosa que aquella que permite conectar con los estudiantes a través de la literatura. Esta experiencia me ha reafirmado que estoy donde debo estar y haciendo lo que debo hacer.
Para terminar, me gustaría decir que a lo largo de mi vida he visto muchas películas y series con personajes docentes que me han inspirado, y uno de los más memorables es el profesor Keating de La sociedad de los poetas muertos. La huella que dejó en sus estudiantes fue profunda. Mi deseo es, al igual que él, ser un profesor que logre dejar una marca en mis estudiantes, motivándolos a pensar críticamente y a seguir sus propios sueños. Así visualizo mi futuro profesional: un futuro en el que, más allá de la enseñanza tradicional, pueda inspirar a mis estudiantes y, tal vez, cambiar sus vidas para siempre.
¡Oh capitán, mi capitán!